lunes, 17 de enero de 2011

LA TERAPIA DEL DIÁLOGO

El hombre con la palabra se alberga en el mundo que es de todos. Vivir es en cierto modo compartir la palabra y todo el conjunto de significados no verbales que transmitimos cuando dialogamos.

A menudo estalla el conflicto y el virus de la violencia se expande porque el diálogo no ha ocurrido verdaderamente o porque se ha deteriorado la base moral sobre la que se consolida: La confianza en el otro.

El diálogo exige apertura y acogida. Invita a cada parte a exponer su situación, dejando en claro cuál es su posición y los intereses que defiende. Pero a la vez, demanda saber escuchar también la exposición que el otro puede hacer de su punto de vista. No es posible el diálogo si una de las partes no se preocupa de considerar las condiciones de existencia de la otra. El diálogo vincula a diversos interlocutores porque establece la base mínima para la realización de las respectivas pretensiones: Escuchar para comprenderse.

Etimológicamente diálogo significa dos vinculados por el lenguaje de la razón. Esa vinculación crea un contexto ético que permite a uno, escapando de su egoísmo, acoger y aceptar la presencia del otro y su diferencia. Diferencia no para negarla, sino para, comprendiendo lo que nos separa del otro, superarla. Además, hace explícita una voluntad de solucionar los problemas excluyendo toda imposición de los intereses de una parte por sobre los de la otra.

El diálogo es la superación del disenso por medios pacíficos. Es voluntad de reunir todas las fórmulas posibles de conciliación, sabiendo unir a la justa defensa de los intereses propios, una no menos justa comprensión de los intereses del otro. El diálogo de sordos es la consecuencia de la rivalidad de las partes que han dado un valor absoluto a su percepción parcial del tema. 

Decidir anticipada y voluntariamente no conceder nada al otro, (no ceder en la posición propia); No escuchar al otro adoptando la actitud de ser uno el patrón para medir lo que es justo; Recurrir a la mentira para desprestigiar a nuestro oponente quitándole toda justicia a su causa.; Preferir el poder, la fuerza y la riqueza por sobre la justicia y la solidaridad, son los vicios que convierten al diálogo en un monólogo tirano e intolerante.

Pero hay algunos supuestos que la sola invocación al diálogo no esclarece: Que la gente desea dialogar, que sabe cuándo y cómo debe hacerlo, que el diálogo ha sido claro porque está en lenguaje educado o porque alguien simplemente dice “entendí”. No obstante, el supuesto más común y peligroso es creer que dialogar significa pactar. ¿Se podría o debería dialogar con nuestro agresor?. La violencia o cualquier manifestación irracional elimina el horizonte ético para que dos o más conversen bajo la exclusiva autoridad de la razón. Mas el hablar exige reconstruir los puentes de la comprensión y el perdón.

Diálogo significa aprender a respetar al otro, resaltar su valor más que el “valor” del problema que suele indisponernos contra él. Y una forma de hacer público ese respeto es atendiendo y, en la medida de lo posible, acogiendo los valores y las culturas de los demás, reconociendo la libertad y  la capacidad de autodeterminación del otro. Sólo si del contexto creado por el conflicto se revalora al ser humano es posible que cada parte se ponga en el lugar del otro, y no lo culpe arbitraria ni intransigentemente de su problema.

El diálogo posibilita llegar a un acuerdo o descubrir suficientes elementos de desacuerdo. Pero todo en un intercambio de presencias humanas que gracias a la palabra van reconstruyendo un mundo menos ajeno e intransigente.


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